Quizás Dios nos proteja
Por: Fredy Loza Gallegos
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Hoy que enfrentamos aciagos momentos en el quehacer diario de nuestra sociedad, vamos descubriendo las situaciones de vulnerabilidad que vive nuestro territorio. Esto no corresponde exclusivamente a la presencia de la pandemia del COVID-19, responde a una cultura social que se ha instaurado en por lo menos los últimos 70 años.
Lamentablemente, hemos construido una sociedad con más debilidades que fortalezas. La Pandemia COVID-19 solo ha desnudado nuestra realidad. Hoy necesitamos de estrategias y modelos de comportamiento sociales inclusivos y responsables para enfrentar un virus con alta capacidad de trasmisión, que causa inclusive la muerte de las personas débiles en su sistema inmunológico. Esta señal de problema social responde a parte del nivel de pobreza social en el que nos desenvolvemos. Este tipo de pobreza no solo es económica responde también en la falta de una educación liberadora adecuada que estimule la responsabilidad social basada en valores éticos. Con el pretexto de vivir en la informalidad se hace tabla raza de razón y el sentido común, otra señal de la pobreza social a la que nos han llevado los pseudopolÃticos que han gobernado en estos últimos años en los diferentes niveles de gobierno.
Hoy somos incapaces de establecer un plan de contingencia que permita realizar todas nuestras actividades sin correr el riesgo de estar expuestos a las peores consecuencias. Una escasez de comunicación adecuada de la información (que da la apariencia que no logran organizar y poner en valor la información). Impidiendo que se pueda conocer los sitios de contaminación para establecer cuarentenas y aislarlos sanitariamente de la mayorÃa de los ciudadanos que si respetan los protocolos de convivencia. Los Comités responsables del control de la pandemia han demostrado descontrol frente a la crisis. Se han dedicado a promover figuras polÃticas con estrategias clientelares agudizando mas la dignidad de las personas que se van costumbrado a la caridad publica en detrimento del trabajo. Lo más fácil es obligar a las personas a un encierro inmisericorde y a exigir pagos de tributos de los exiguos ahorros de personas que hacen actividad económica. El Estado se ha vuelto insaciable en la necesidad de recursos que terminan dilapidándose en programas que permiten la corrupción. El COVID-19 es el menos nocivo de nuestra desgracia.